Estaba un regordete muñeco de nieve bajo las ramas de un escuchimizado
árbol.
El frío había convertido la nieve en afiladas cuchillas.
Con
mucho esfuerzo, el árbol se sacudió levemente y una lluvia de espinas
heladas se clavaron en el muñeco.
Curiosamente, a él, le pareció que era
un saludo puntiagudo.
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