Los padres de Silvia le habían llamado desesperados.
Su hija Anunciación - a la que nunca llamaban así, sino Sión- estaba volviéndose loca. Tenía apenas siete años, pero su comportamiento era de lo más extraño. Hablaba sola, construía pequeñas casitas de cartón, las amueblaba y cocinaba té y sandiwches de jamón york y queso. Tenía en su habitación más de cincuenta, de modo que estaba atestada. No permitía que su madre limpiara y curiosamente, Sión se ocupaba de manter su cuarto bien limpio. Estaba casi siempre ensimismada con su casitas y sus resultados en el colegio eran casi insuficientes. Sin embargo, leía con fluidez y escribía una especie de Diario, aunque lo que escribía no se entendía en absoluto.
Su recorrido por psicológos, médicos y hasta sacerdotes no había aportado ninguna luz sobre las causas de su comportamiento. Sus padres habían oído hablar de Jacobo Planes y tal era su estado de desesperación, que le llamaron para que viniera a ayudarles.
Jacobo Planes era un hombre de mediana edad, alto y musculoso, con unos penetrantes ojos azul muy claro. Decían que se ocupaba de limpiar las casas de seres malvados y demonios. Después de mucho debatir, estaba allí, al otro lado de la puerta para ayudar a su hija. Ambos se miraron aterrorizados, y muy despacio, abrieron la puerta y dejaron pasar al limpia-demonios.
- Bueno Sión, ¿me enseñas tu dormitorio?
Sus padres movieron la cabeza negativamente, sabían que la niña no le dejaría pasar.
- Vale -dijo ella- ven por aquí.
- Ahora será mejor que ustedes esperen tranquilamente mientras Sión y yo vemos sus casitas - y señaló con el dedo hacia el salón.
- Vaya, has trabajado mucho y muy bien. Son unas casitas estupendas.
Habían cuarenta y ocho casitas. Eran muy parecidas en la forma, pero muy diferentes en los colores y detalles. Por dentro tenían uno o dos dormitorios, un salón y comedor, una cocina, un cuarto de baño y un trastero. Era excepcional que una niña tan pequeña hubiera hecho todos los detalles con tanto esmero. Incluso tenían lámparas diminutas que daban luz de verdad. Los grifos dejaban manar agua si con una pinza les girabas la ruedecita. En la cocina había gas que prendía en unos hornillos chiquititos y los cacitos estaban ennegrecidos por el uso.
- ¿Cómo se llama tu ciudad de cartón?
- Onnix
- ¿Y cuantos viven en ella?
- Oh, eso depende del día y de la temporada. Ahora mismo creo que unos sesenta y pico. No los puedo contar bien porque se mueven mucho y hacen mucha fiestas, bailan y beben hasta emborracharse.
- Vaya, mirando con detalle veo una cosa que no está nada bien - la niña le miró entre asustada y esperanzada - creo que tendré que llamar a los Inspectores para que lo revisen.
-Ah, ¿me equivoqué en algo?
- Creo que sí. A ver, ve hacia la puerta y quédate allí.
Jacobo Planes, se levantó y chasqueó los dedos. La habitación se transformó. Ahora eran unas casas de tamaño normal, o quizás Jacobo Planes se había reducido. Estaban llenas de gente barriobajera, hombres y mujeres bebiendo, gritando y bailando. Olía a frito, a humo de tabaco y a cuerpos sudados. Sabía muy bien quienes eran: pequeños demonios que atormentaban a niñas pequeñas como Sión. Las embrujaban para que les construyeran publos y ciudades, los alimentaran y les dieran buena vida -que para ellos era juerga tras juerga-.
Podían conseguirlo porque las niñas que quedaban embrujadas, deseaban secretamente ser grandes en un mundo pequeñito. Tenían envidia de sus padres por ser mayores y poderosos. Querían convertirlos en muñequitos manejables y actuar a su antojo. Estos malos deseos eran los que las hacían tan vulnerables a estos Mesengdos, que era el nombre de los demonios.
-Ven, acércate Sión
La niña se aproximó insegura -¿qué va a pasar?-
-Tú sabes por qué querías esta ciudad ¿verdad?
-No...bueno, sí. Me daba rabia que mis padres siempre estuvieran dándome órdenes. Me daba rabia que fueran tan grandes y me dieran miedo. Sí, yo quería hacer lo mismo pero no con muñecas, no. Con gente viva. ¿Son demonios? - le preguntó con temor.
- Así es. ¿Has aprendido algo con todo esto, Sión?
- Que es aburrido y cansado. Que ya no quiero seguir.
- Pero ¿comprendes que tus malos sentimientos hacia tus padres son la causa de este encantamiento?
- No sé. No me gusta que me manden y así, con las casitas están asustados y me dejan en paz.
- Vaya Sión, esa no es la respuesta adecuada. Todavía tienes que aprender mucho. No voy a ayudarte con los Mesengdos, no todavía.
La niña se quedó mosqueada en un rincón mientras Jacobo Planes iba a conversar con sus padres.
- Tengo malas noticias. No hay ningún demonio. Su hija ha perdido la razón, creo conveniente que la ingresen en un centro psiquiátrico. Por cierto, al dejarme entrar en su mundo, ha perdido el habla, ahora es muda. Lo siento muchísimo. Confío en que con el tratamiento y algunos años, saldrá de ese agujero negro donde se encuentra.
La madre rompió a llorar y el padre la abrazó.
Con esta imagen se fue Jacobo Planes de la casa. Desde la ventana de arriba, la niña también lloraba. Sin embargo Jacobo Planes sabía que no lloraba de arrepentimiento sino de rabia. Dudaba si esto cambiaría alguna vez.
Los Mesengdos también miraban por sus ventanas. Se reían a carcajadas, Sión era orgullosa y con mucha envidia, la tendrían atrapada para siempre.
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